· Opinión ·

Estamos ante la nueva era del costumbrismo. Está de moda lo castizo, lo cañí, incluso, por qué no decirlo, lo rancio.

Empezó La Rosalía allá por el 2018 enseñándonos en sus videoclips el Varón Dandy, el Anís del Mono, las vírgenes y los camioneros, aunque en una fantasía de mezcla de ranciedad y trap.  Ahora es C. Tangana el que lo está petando con sus dos nuevos temas “Demasiadas mujeres” y “Tú me dejaste de querer”

Para ese 1% de la población que no haya visto los videoclips se los describo muy resumidamente: el primero se sitúa en un pueblo de la España profunda, pongamos por ejemplo, Ojuel, un pueblo de la provincia de Soria con escasos habitantes. Pues vemos a C. Tangana aderezado con un look de Mauricio Colmenero intercalado con imágenes de Ojuel.  Su frontón, sus yayas al fresco, sus descampaos, sus niños lozanos…

 

En el caso del segundo, se han desplazado a  lo que parece ser un barrio obrero de Madrid, vamos a poner Canillejas, por la constante referencia a los aviones del aeropuerto. Así que, vemos a C. Tangana con el mismo look de macho ibérico pero, esta vez, intercalado con imágenes de una pareja de barrio, con sus Techno Waves, su porrillo y sus piercing, todo esto con un feat de la Húngara, que ni que decir tiene la conexión de esta artista con los personajes anteriores.  

¿Esto es lo que nos tiene a todos flipando?

Y todos nosotros, en nuestras casas alucinando. Diciendo un “es que es tal cual”, “qué bien representado”, “qué bien hecho está”, como si hubieran tenido que crearlo, como si un estilista hubiera elegido las batas, si un decorador hubiera escrito Quintos del 2015 en el frontón o como si un escenógrafo hubiese labrado las tierras para recrearlo todo con exactitud.  Pero no ha sido así, han ido al pueblo y punto, han grabado a los del pueblo y punto, sin absolutamente ningún artificio alrededor ¿y eso es lo que nos tiene tan embelesados?

Pues siento decirte que, que eso nos guste tanto hasta el punto de parecernos exótico nos convierte en snobs o directamente en gilipollas, vaya. Porque nos creemos tan diferentes a ellos, vemos todo ese imaginario tan alejado de nosotros mismos, que solo nos queda pensar que, que salgan en un videoclip del trapero de turno es lo más. Perdona pero no, mi abuela no me parecía lo más hasta ahora y muchos menos su pueblo.

 

Esos lugares fueron nuestros

Son pocos los afortunados (o desgraciados, lo dejo a criterio de cada uno) que no han vivido en un sitio así. Esos lugares fueron nuestras casas hasta que nos piramos en cuanto pudimos y ahora desde nuestros diminutos pisos compartidos, con nuestros fabulosos amigos del barrio de Malasaña y nuestros aires de no provincianos nos dedicamos a mirar todas esas escenas como si fueran algo ajeno a nosotros.  

No es que me moleste que una persona que se hace llamar El Madrileño sea quien ponga de moda todo esto, de hecho me parece maravilloso. Lo que no me gusta es que vayamos de guays alabándolo como si para nosotros fuese una novedad, como si fuese algo que no nos pertenece, como si no hubiésemos sido alguna vez en la vida el niño del bocata de chorizo, el cani del flamenquito en el banco o el que tenía coñac Soberano en casa de sus padres.

Lo que me indigna o más bien me entristece, es que hayan tenido que venir estos dos a decirnos lo guay que es y que no hubiéramos sido capaces apreciarlo cuando lo teníamos literalmente en la puerta de casa.   


Texto: Celia Martín.

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