La Sala Confetti al ritmo de Afternoon Hound Dog.
Me atrevo a hablar desde la cercanía de las cosas, sin distancia prudencial, porque ya son unos cuantos años sumergido en esta escena musical monocromática. Alicante se ha saturado del concepto de cantautor de poesía barata, invadiendo prácticamente el menú. Afternoon Hound Dog ha devuelto color y movimiento a nuestras salas de conciertos, porque ellas son su medio salvaje. El pasado jueves 22 vimos al quinteto en la Sala Confetti de Playa de San Juan. Su sonido baroque-garage advierte claras influencias destiladas canción tras canción.
Abría el concierto Alexandra, siendo más mantra que nombre, dado que Carlos Negrete, cantante de la formación, lleva el susodicho tatuado en la muñeca. Lo instrumental le ganaba terreno a lo vocal, quedando así un efusivo preludio para el encuentro.
Proseguía la marcha con Carlos y Rubén –los dos guitarristas– bajando del escenario para interpretar Joy, un tema inofensivo, con una guitarra que tantea el terreno casi de puntillas y acaba por resbalar en un estribillo a medio camino entre la psicodelia y el grunge.
Con Waves vimos una de esas canciones que, sin querer pecar de “puretismo”, hace una toma de contacto con un estilo muy cercano a Foo Fighters, aunque mantiene la impronta indie rock-garage de Afternoon Hound Dog.
Fue entonces cuando el perro sabueso vino a hablar de sí mismo con Dog, o eso parecía, hasta que llegó la recaída en esa figura todopoderosa que lleva por nombre Alexandra y que parece ser veneno y antídoto de unos cuantos dolores de cabeza. Bajo el oscuro aura de un órgano que reclamaba alguna vuelta de volumen más, la canción iba ganando cuerpo, hasta resolver de forma muy enérgica.
Llegó, con personal ansia, el diamante en bruto, Mountain of the Lonely. La legendaria House of the Rising Sun invade el espíritu de la guitarra, y como una retransmisión, aparece una voz cantante parca de pulcritud. Este paisaje de interferencias y efectos glitch se tornó más barroco con la presencia de un órgano de aquelarre, y entre tanto solo de guitarra, uno parecía que solo le rendía pleitesía al cúmulo de voces en su cabeza.
Kiki nos volvió a poner los pies en la tierra. Esta pseudobalada puede sonar a un Creep algo despistado, pero rápidamente negamos con la cabeza. Gradualmente, así como se suelen hacer las cosas en esta casa, la canción rompió con la ligereza y se sumó al entusiasmo de otras composiciones.
En Buenos Aires se constataba ese sonido más opaco y violento propio de otras figuras como Courtney Barnett o Car Seat Headrest, encajando a la perfección con un público que venía reclamando una subida de tono. Poco después, Melancholia fue ese falso final de concierto que, en su intento de evocar tal sentimiento, anduvo cercano a la fórmula que Arctic Monkeys puso en marcha en su día con 505 para retorcerle el corazón al personal.
A modo de bises, el grupo reversionó Autoestima de Cupido, cambiando el dreampop por un sonido más punk. En último lugar, los de Alicante escogían Today We Celebrate your Holy Way of Doing Things, o resumiendo, Holy, para cerrar su concierto. Este post-punk revival entre Interpol y el Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not (2006) de los de Sheffield crecía progresivamente, y si volvía a caer, era para coger únicamente el impulso necesario. Seguramente un acertado final para el concierto, porque en este punto se llegó todo lo alto que uno podía, y no había tiempo para decepciones.