PLAZA SONORA: Hedonismo Reivindicativo en Madrid
Martes 15 de mayo y el Matadero de Legazpi poco tardó en convertirse en uno de los epicentros de San Isidro. Descubrimos la faceta más melómana del patrón madrileño con la celebración del Plaza Sonora, un evento en el que pudimos sentir y palpar la música a través de conciertos, talleres, documentales y mesas redondas, desde las 12 de la mañana hasta las 2 de la madrugada. ¿El plato fuerte?: dejamos atrás a los iconos de la música, a las grandes firmas y a las superestrellas con más de tres cifras de público y nos aferramos a ese pálpito en forma de respuesta que sentimos cada vez que nos preguntamos: ¿a qué suenan las calles de Madrid?
Los artistas callejeros forman parte de la identidad de la ciudad, y te graban una instantánea de cada lugar a la primera que das a parar con uno de ellos. Por ello, en una iniciativa de MondoSonoro y el Matadero de Madrid, les han apagado las luces a los grandes artistas y han decidido poner el foco en la música de la calle, como muestra de apoyo por su compromiso con el paisaje de la ciudad de Madrid.
Las actuaciones del día se repartían entre dos escenarios: un escenario principal, y otro más acogedor a pie de calle. Ambos, por supuesto, compartían artistas de espíritu humilde, donde algunos de ellos se bastaban con su guitarra y su voz para captar al público. Ese es el caso de Tulsa, una joven vasca que, lanzada a su interpretación en una imagen de desnudez y delicadeza, consiguió que el escenario principal se le quedase pequeño. Supurando toda la rabia contenida en sus letras de amor y contenido social, se proclamó un paso por delante del estereotipo de chica triste, y a pesar de que su lírica nos confiese que ‘esto no es América, aquí podéis empatar’, ella fue América por un instante.
De desnudez también se vistió la puesta en escena del gran Muchachito, que aparcó al resto de la banda para interpretar en plena calle del Matadero. Si habías sido prudente y no te habías alejado mucho de la zona, tal vez entre alguna cabeza hubieses conseguido presenciar el espectáculo, pero más de uno tuvo que conformarse con escuchar desde lejos la escena. Española en mano y acompañado por una segunda y el entusiasmo popular, se hizo revivir el espíritu del Canijo de Jerez y Kiko Veneno.
Muchachito, como paradigma de la interpretación callejera, criticaba en una entrevista junto con Moe El Tubero para MondoSonoro las trabas que se encuentran los artistas a la hora de encontrar un sitio para tocar en la calle. La mayoría de las veces son desplazados con motivo de los carteristas que puedan aprovechar los cúmulos de gente, o por el simple hecho de obstaculizar el tránsito en las calles. Por ello, reivindican espacios habilitados donde puedan tocar exentos de preocupación alguna.
Otras actuaciones fueron más exuberantes, como es el caso de Lichis o Ataca Paca:
Lichis, un dúo formado por guitarra acústica y guitarra eléctrica, se abrió al público con una performance que parecía hacerle una reverencia al panorama musical español, dado que pudimos ser partícipes de una indumentaria semejante al estilo Sidonie, o unos temas que filtraban la esencia de Pereza, Rosendo o M Clan. Y, a pesar de que podamos ser críticos con una puesta en escena donde la presencia de una guitarra eléctrica nos haga echar de menos el apoyo de un mínimo de percusión, la armonía entre ambas guitarras fue muy lograda.
Por otra parte, para quien no haya tenido el placer de toparse con su carisma por las calles de Madrid, seguramente su descubrimiento del día se tratase de la súper-banda Ataca Paca, que ofrecieron una ecléctica interpretación desde una postura de conciliación entre diversos géneros y estilos musicales, abarcando desde el flamenco y el folklore centroeuropeo, hasta melodías orientales y piezas que invitaban a seguir los pasos de un tango argentino. En medio de un espíritu democrático de protagonismo para todos los miembros del grupo, se sucedían las intervenciones de guitarras, violín, guitalele, flauta, violonchelo, piano y demás elementos de percusión que, lejos de combinar a la perfección entre ellos, consiguieron sincronizarse como si fuesen uno. Entre el repertorio interpretado pudimos disfrutar de clásicos como La Cucaracha o Sin Documentos de Los Rodríguez, donde no les hizo falta el escenario más grande para hacerlo crecer.
Respecto al resto de intervenciones, conviene destacar la de Moe El Tubero, un joven que dio de lado a su licenciatura en Medicina para dedicar su vida a su vocación: un instrumento compuesto por una serie de tubos que, al ser golpeados por una chancla, emiten un sonido que recuerda a la música tecno y que no dejan inquieta la curiosidad de más de uno. Fácil no parecía su dominio, pero el artista no se lo pensaba dos veces al interpretar clásicos de nuestro día a día como Thunderstruck de AC/DC o la banda sonora de Juego de Tronos.
Posteriormente, hablemos de Fernando Alfaro, aquel músico que acompañaba su guitarra con una voz que quizás delataba una pasión oculta (o tal vez explícita) por Enrique Bunbury, pero en la línea de los pasos de Coque Malla o Jorge Drexler, o St. Woods, el muchacho que no dudó hacer llegar a las calles de toda Europa su delicada voz de artista pop británico.
No fueron únicamente los mencionados anteriormente los artistas que conformaron el festival. Grupos como The Dawlins, Jingle Django, Travis Birds, La Rueda… también hicieron su parte en esta reivindicación por los derechos de los artistas callejeros.
Como bien hemos expuesto anteriormente, el programa del festival no estaba compuesto únicamente por conciertos, sino que también fueron proyectados documentales como Beats from Madrid ̧ un trabajo en el que se analiza la evolución y presencia de la música tecno en Madrid, y cómo los grandes artistas mundiales han sabido apreciar a España como mercado potencial de este género musical.
Existe el prejuicio de que la música electrónica tiene más relación con el consumo de estupefacientes y la vida de madrugada que con el puro placer melómano, pero lo cierto es que, tal y como defienden sus aficionados, supone la rotura de las barreras y los límites de la música, donde el artista puede jugar con todo el imaginario de estilos musicales, con tal de evocar el sentimiento que el compositor está buscando.
De todos modos, a esta proyección sólo se le dedicó una parte de todo el tiempo disponible en el festival. Otros documentales como Sinfonía de Verano y Madrid Rap tuvieron sus minutos de atención, así como las mesas redondas sobre las situaciones que acechan actualmente a las salas madrileñas, a los músicos callejeros y a sus circunstancias legales, el taller Cajón por Rumba y los módulos de grabación y montaje musical.
Sin duda se trató de un evento que ofrecía un circuito 360 por todas las posibilidades y manifestaciones de la música nacidas en nuestro ámbito local, y que necesitan ser cuidadas y respetadas bajo la responsabilidad ciudadana.