Hace poco estuve en la exposición de Philippe Halsman en Caixa Forum de Madrid, muy recomendable, por cierto. Aunque hoy no venía a hablar de esto…

El caso es, que al finalizar el viaje por la sala de exposiciones, se planteaba un “juego” a los visitantes. Trataba de hacerse fotos y vincularlas después a una pregunta de una posible entrevista, tal y como Philippe hizo una vez.

Me encantó la idea, aunque sólo fuera por el hecho de hacer el idiota ante una cámara. La gente puso su mejor gesto. Pero yo me esforcé en ser graciosa y después encontrar la pregunta más absurda del listado.

El resultado fue este:captura-de-pantalla-2017-02-09-23-16-24

La cara que se me queda al ver que tengo 100 mensajes sin leer probablemente sea peor. Pero, cuando lo que hay sin leer son 100 chatsde Whatsapp, os aseguro que no hay cara que lo describa. Si señores, me ha pasado, #truestory, #estápasando y cualquier otro hagstag que queráis añadir: 100 chats de Whatsapp sin leer.

100 personas esperando mi respuesta, impacientes, desesperados, necesitados de mi conocimiento o mi feedback, pensando que mi aportación es necesaria para sus vidas… 100.

Exagerado.

Pero vamos, seguro que el mío no es el peor de los casos, y eso, amigos míos, es lo que más asusta.

Asusta, porque según vas leyendo todos esos mensajes que necesitan tu respuesta, te das cuenta de que la mayoría son “jajas” vacíos, preguntas ilógicas y asuntos NADA importantes que por supuesto no necesitan una respuesta inmediata. Porque si tan vital fuese esa respuesta, sin tan de vida o muerte se tratase… ¿no sería mejor llamar por teléfono?

Es una situación que me tiene anonadada. En cuanto no respondes en cuestión de milésimas de segundo, comienza una discusión (o no, porque vete tú a saber en qué tonalidad te estarán escribiendo el mensaje).

Pero lo peor de esto no es en sí el Whatsapp, sino el mal uso del avance de la comunicación que estamos haciendo.
Después de horas pegados al teléfono, Instagram, Twitter, Facebook, Pinterest, Tumblr, Whatsapp, E-mail, y un sinfín más de aplicaciones que requieren de la comunicación donde nos vendemos como los mejores, llega el turno de relacionarnos CON PERSONAS, y ya no somos tan valientes. Y es que, estamos tan conectados digitalmente, que se nos ha olvidado conectar  en la vida real. Cada paseo en la calle levantándo la vista, es un cruel experimento en el que el resultado es ver grupos de gente mirándo sus móviles. Porque claro, tienen que contestar los Whatsapps y subir la foto #veganstyle #goodvives #sunnyday a Instagram, en lugar de prestar atención a las personas que tienen delante.

¿Qué está pasando? ¿Acaso se nos ha olvidado hablar?

Yo me bajo del tren, del carro y de todo lo que tenga que ver con desaprender a expresarme. Nunca me hizo gran ilusión tener Facebook ni Whatsapp y a la larga, he acabado teniendo ambos por temas de trabajo. Seguramente me haya enganchado, como todos, pero hasta un nivel que creo que aún es sano. Pero basta ya.

No voy a engancharme más a Whatsapp. No quiero decir que lo vaya a desinstalar de mi Smartphone o que lo vaya a estampar contra un muro cada vez que me llegue una notificación. Simplemente, voy a tratarlo como es: una notificación más, sin importancia.

Porque ya estoy demasiado ocupada en vivir la vida real. En hacer fotos, bailar, escuchar música… comer crepes, que me encanta. Estaré más ocupada asistiendo a eventos, trabajando, aprendiendo… y sobre todo, estaré más ocupada viendo a personas de verdad, y hablando de temas que sí importan.

Y no responderé muchos whatsapps.

Y habrá gente a la que eso le disguste.

Como a ese chico que me escribió un mensaje soso y sin introducción alguna: “cuéntame algo sobre ti”, para hacerme creer que le intereso. Pero que luego en persona no sabe de qué hablar aun teniendo unas tres mil cosas en común con él.

Como a ese ex, el que se preguntó un día aleatorio qué tal estoy, sin más. Para luego contarme todos sus logros esperando un aplauso.

Como ese otro chico que me nunca tenía tiempo de quedar, pero siempre me hablaba de guarradas esperándo ponerme cachonda.

O ese otro, que en nuestra segunda cita se dedicó a hacer “match” en Tinder mientras hacía que me escuchaba.

Como esas conversaciones de grupo en las que cuesta más quedar, que concertar una cita con el Rey. ¿Qué hacemos hablándo dos horas por Whastapp para quedar? ¿No sería más fácil habernos visto durante esas dos horas?

Como esas personas a las que llevo un año sin ver, por razones obvias, que intentan explicarme punto por punto en un whatsapp por qué se han enfadado conmigo por no vernos durante todo ese tiempo.

No es importante, lo siento. Creo que si lo fuera, estaríamos hablándolo en persona.

Porque siempre puede haber un pequeño cotilleo que no puedes esperar para contar, pero las conversaciones de verdad están ahí fuera, en el mundo real, donde el avatar eres tú mismo, de carne y hueso. Donde no hay emoticonos que retraten la situación, sino tú y tus gestos. Donde si estás enfadado, pegas gritos y das puñetazos en la mesa. Donde, si estás interesado, preguntas hasta saber más del otro que de ti mismo. Donde, si echas de menos o te arrepientes, abrazas. Donde, si quieres sexo, lo dices, y si estás enamorado, se te ilumina la mirada y quizá, se te cae la baba. Donde las manos no sólo sirven para escribir mensajes, sino también para coger otras manos, acariciar, animar… Donde conectas con alguien. Donde compartes comida, música, hoobies, sueños, lugares nuevos… Donde conoces a la gente, la miras a los ojos, y entiendes mejor cómo funciona la puta comunicación.

 


Texto: Patricia Blas

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