Romance con The Parrots en Ochoymedio.
Para aquellos que acaban de ser invitados a la fiesta, Romance tiene muchas acepciones: podemos hablar de una fiel fotografía del sonido garage que resuena en el espíritu adolescente madrileño, o también podemos hablar de una fiesta de cumpleaños. 10 años concretamente se celebran de la creación de The Parrots como banda, y quisieron homenajearse rodeados de sus amigos de gremio, para acabar conformando lo que sería Romance, un cartel de artistas casi generacional, en otras palabras, juvenil.
23 de febrero y la Sala BUT sería la encargada de apuntalar el sold out conseguido. Hache, íntimo amigo de la banda anfitriona, soplaba a las 18:30 la primera vela de la tarta. Tras su discurso musical, le cedía el turno a Antifan, con una propuesta un tanto excéntrica: anticipando Carnavales, la actuación del trío venía servida bajo el disfraz, así, literalmente. Si a eso le sumamos el híbrido entre un post-punk autotuneado y la clara influencia urbana de proyectos anteriores a ésta formación como fue Agorazein, nos encontramos con este rompecabezas sonoro, de esos que dices para gustos, los colores.
Del ademán provocativo de la calle pasamos a un pop más edulcorado: Cariño, una especie Hinds en fase beta, son tres amigas, o tres perfectas voces para la generación millenial y sus inquietudes. De entre las masas despertó aquella facción más representativa de las letras de la banda y supo comprometerse con su show, viendo cómo hacíamos equilibrios entre un pastel sentimentaloide y un manifiesto al baile y al disfrute. Llorando en la Limo, su versión soft de la canción de C.Tangana, fue la que más eco recibió del auditorio, ya que les brindó en su momento su debut en la escena musical.
Justo en el ecuador del evento empezaban a sonar los nombres más conocidos. Las Hinds entraron al trapo con una interpretación de lo más entusiasta, y digo entusiasta porque Carlotta Cosials, líder de la banda, parecía estar interpretando un papel infantil con una voz impostada y un look de parbulario. Esa vivacidad llegó hasta el público y fue devuelta en forma de pogos e innumerables pérdidas de equilibrio de los asistentes, algo no al gusto de todo el mundo pero que no podía dar una mala imagen de la actuación del grupo. Música aparte, el personal era el retrato vanguardista de la sociedad madrileña, donde el moderneo malasañero era la credencial de cada individuo.
Un poco más contemporáneos a la veteranía de los Parrots llegan Los Nastys, sus hermanos de otra madre en el mundillo. A lo de sobrepasarse no les ganaba nadie, es decir, unas copas de más, una vuelta de ruleta al volumen de la guitarra y candela en los amplificadores, siendo el peor de los temores del público perder una zapatilla en medio de tal jauría. Pero la locura era símbolo de confianza, y la confianza de familiaridad, y por ello el cantante manifestó el amor por su pareja de una forma completamente natural, porque un par de besos entre acorde y punteo nunca vienen mal para romper el hielo. Al fin y al cabo, todo sea por hacer honor al Romance.
Finalmente, como reyes pero sin corona salían a cortar el pastel The Parrots, los maestros de ceremonias. Cuando todavía eran capaces de utilizar el habla, explicaban que el nacimiento de la banda surge de un encuentro de los integrantes en el grado de Comunicación Audiovisual, y que, posteriormente, gracias la vieja gloria social Tuenti, conocerían a sus colegas Los Nastys. Con la fiesta como pretexto, por el escenario iban continuamente pasando los invitados: integrantes de Antifan y Hinds acompañaban a la formación en Ahora Soy Peor, como diría la gente, “la de Bad Bunny”. Pero esa invitación al escenario iba progresivamente enturbiándose, hasta que acabó por convertirse en algo completamente aleatorio. La fiesta se vivió tanto arriba como abajo, en un ejercicio de empatía hedonista público-artistas. Sin duda, el cierre de la cita emborronó la línea entre lo que se preveía como una serie de conciertos y una desfasada celebración de cumpleaños.