El otro día leí un artículo del periódico de mi ciudad sobre gente local y anónima que se abre hueco entre las redes sociales, y la verdad es que mucho he tardado en darme cuenta de lo mediocres que somos -bueno, no todos-.

Profetas del siglo XXI, los denominados influencers se atreven con cualquier tema aún sin tener ni la menor idea de lo que hablan: gurú nutricional de día, experto en ocio y tiempo libre de noche. Pero mi parte favorita de quienes viven de likes y de compartir su vida con el resto de mortales, codiciosos por ver qué se cuece en el Explora de
Instagram, son los entendidos en moda. A ver, moda.

Gianne Karla Tolentino

Las bloggers de moda salen hasta de debajo de las piedras y todas se rigen bajo un mismo patrón: tienen un puñado considerable de seguidores, etiquetan lo que llevan puesto y -honestamente- pueden permitirse actualizar su vestuario cada vez que Zara renueva su stock. En los mejores casos, las invitaciones a eventos y los bolsos de firma acaban cayendo de los árboles, y cualquiera diría que forman parte de un email molesto con spam sobre cómo hacerte rico en tres sencillos pasos.

Lo cierto es que la gran mayoría de jóvenes vivimos más en las redes sociales
que en el mundo real, y este es un buen incentivo para dedicarse en cuerpo y alma a tener un buen feed en Instagram y ser la envidia de todos. Qué novedad. Lo que a mí me tiene mosca -y hablo a título personal- es la simplicidad de esta fauna; señores, yo también me pongo vaqueros, zapatillas y jerséis y no me declaro una gurú de la moda porque, sorpresa, todos lo hacemos.

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En el momento en el que la moda deja de ser un mundo de exclusividad y lujo, pierde absolutamente su esencia. Renovarse o morir es aquello que muchas firmas alzan como grito de guerra -y ejemplo de ello es la propuesta del “lo veo, lo quiero” en los desfiles- pero, ¿realmente compensa? ¿Realmente el hecho de que la moda esté al alcance de sus consumidores, como quien encarga una pizza a domicilio, es sostenible para la industria?

Detrás de cada prenda de ropa existe un enorme trabajo físico y mental donde el esfuerzo y la creatividad se aúnan para crear una pieza única que será distribuida a un público concreto.
Echando la vista atrás, cuando la Alta Costura era todo lo que se conocía en materia de moda, era un trabajo realmente valorado, minucioso, exclusivo y al alcance de unos cuantos. Es sabido por todos que la ley de oferta y demanda rige la economía, así pues si una cazadora -de la firma que sea- tiene un tirón importante, habrá que confeccionar más para así satisfacer a los compradores, pero en ese proceso pierde absolutamente toda su riqueza.

No necesitamos pertenecer a ningún tipo de clase o club social para que nos apasione un tema, ni siquiera tener a nuestro alcance las últimas sandalias de Miu Miu, tan solo hay que echarle ganas y salir a la calle con algo que difiera de esos vaqueros, esas zapatillas y ese jersey.

 


Texto: Candela Nóvoa
Fotografías vía: www.pexels.com

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