LA MARAVILLOSA ORQUESTA DEL ALCOHOL en el WIZINK CENTER.
El esfuerzo, la dedicación y la pasión por una profesión trajeron consigo el pasado 1 de diciembre la carta de presentación de La Maravillosa Orquesta del Alcohol, más conocida como La M.O.D.A., en un siguiente nivel: tocar en el WiZink Center habiendo hecho casi sold out.
Posiblemente su concierto más multitudinario lejos de las grandes aglomeraciones de los festivales (12.000 asistentes), este show fue un acto de franqueza de la banda con su público, donde no hubo ni artificios ni invitados ni versiones. Según palabras del grupo: “esta primera vez, tan simbólica, queremos valernos de nuestra música y de lo que somos nosotros mismos, para bien y para mal”. Tanta humanidad en su propósito permitió llevar por bandera la frase “por amor al arte”.
Un setlist más extenso de lo convencional, 29 canciones concretamente, pretendía saciar la ambición que traía consigo la ocasión. Mil demonios y La inmesidad, piezas clave en el repertorio de su último disco, abrían el concierto, y por lo que pudimos apreciar, la formación burgalesa mantenía su esencia: mismo atuendo working class y prácticamente la misma puesta en escena, exceptuando algún cambio en el juego de luces que posibilita el ventajoso Palacio de los Deportes.
Tuvieron una de sus primeras tomas de contacto canciones como Altamira, que forma parte del último EP del septeto 7:47 (Ni un minuto más), producto de la pasada gira de la banda por Estados Unidos y que vio la luz el 8 de octubre.
Cada canción interpretada tuvo la categoría de discurso. Aunque entre pieza y pieza se añadiese un pequeño apunte para introducir la siguiente en la trama, no hubiese sido necesario, ya que el mensaje era contundente y la respuesta del público bien clara. Se cantó por la libertad de expresión, por la vida, por la muerte y por todos los desafíos que nos plantea el hecho de existir.
A los pies del escenario, el auditorio vivía una experiencia a medio camino entre una verbena y un alegato político. Hubo tiempo para los corrillos del sonido de una banda por y para el pueblo, hubo asistentes que sobrepasaban su exaltación lanzando vasos de cerveza al aire (algo no al gusto de cualquiera) y hubo brazos al aire con el vello de punta.
David, líder de la banda, rompió con el distanciamiento en canciones como Hay un fuego y bajó a cantar con su público, haciendo ver que, a pesar de la fama, pisa el mismo suelo. A capella y sin un cúmulo de flashes, bastó con la convicción de los asistentes de por qué estaban allí.
Pero la unión no es algo que se demuestre únicamente a tus oyentes, si no que la compenetración entre los miembros de una banda es condición sine qua non para mantener firme la calidad de tu trabajo. Campo Amarillo puso de manifiesto ese sentimiento de fraternidad entre los integrantes del grupo, dejando a siete músicos cogidos entre ellos y una guitarra colmando el WiZink Center.
27 temas después y un sentimiento de fugacidad vaticinaban el final del concierto. Dos últimas canciones, Nómadas y Héroes del sábado, pusieron punto y final a la noche del 1 de diciembre y abrieron puntos suspensivos a lo que La Maravillosa Orquesta del Alcohol está dispuesta a aspirar tras alcanzar esta meta.